martes, 5 de junio de 2007

Luz de luna

Logré que uno de mis compañeros de pelotón -un soldado con más huevos que McArthur- me acompañara. Al primer canto del gallo, emprendimos la marcha; brillaba la luna como el sol a mediodía. Llegamos a unas tumbas. Mi hombre se para, empieza a conjurar astros; yo me siento, comienzo a canturrear y a contar lápidas. Al rato me vuelvo hacia mi compañero y lo veo desnudarse y lanzar la ropa al borde del camino. De miedo se me abrieron las entrañas; me quedé como muerto: lo ví orinar alrededor de su ropa y convertirse en lobo...

Egon

Una reunión de amigos

Estaban allí todos reunidos, entorno a la mesa rectangular, con rostros satisfechos y sonrientes. Iban vestidos de uniforme, y aquellos que las poseían, vestían condecoraciones de tiempos de guerra. El hombre sentado a la cabeza de la mesa, el que tenía cara de líder, fumaba con pasión un puro largo que había inundado la habitación de humo.
– Compañeros, los buenos tiempos están cerca –dijo, poniéndose en pie y quitándose el cigarro de la boca.
Fue entonces que entraron los hombres del gobierno, un tipo trajeado que gritó un “alto” tranquilo al que siguieron una docena de guardias que rodearon la mesa con sus fusiles.
Las caras de los hombres sentados palidecieron. El líder de los militares, sin embargo, camufló su cara de sorpresa y exclamó, en una franca carcajada:
– ¡Honorable señor...! ¿Y qué nos hará? ¿Llevarnos ante la justicia? !Pero si esto es sólo una reunión de amigos!
Y los otros hombres alrededor de la mesa rieron también, justo hasta que el hombre trajeado replicó:
– No ocurre en nuestra sociedad que solo los malvados y locos militares actúan al otro lado de la legalidad para conspirar y destruir nuestro mundo. Los buenos también somos fríos, general... O eso dijo Maquiavelo, creo. Vamos, muchachos. Disparad.
Las palabras cortaron las risas y las balas rasgaron los cuerpos. El líder cayó el último, más lleno su cuerpo de plomo, pero en verdad ninguno de ellos reaccionó. Balas cortando el aire, fusiles arrojando fuego y humo al aire angustiosamente cargado, y la sangre salpicándolo todo.
Al final, cuando el humo impedía ver nada (fue una suerte que los guardias no se dieran entre sí), y no quedaba ya proyectil alguno dentro de las armas, por estar todos acribillados en los insurrectores, el Jovenzuelo, un guardián joven de cara aniñada, no pudo evitarlo:
– Esto me recuerda –dijo–¬, se parece, a los felices años veinte de los que tanto he oído hablar.

Aleix Ortuño

¿Premio de consolación?

Me gusta escribir aunque sé que lo hago bastante mal. Y sin embargo, escribo continuamente. Todavía no he perdido la esperanza de escribir algún día un cuento tan malo con el que se me recuerde como la escritora más pésima de la humanidad.


Imeta

Salta

Corría sintiendo cómo todas la criaturas fantásticas de su imaginación le besaban y acariciaban el rostro. Feliz, seguía corriendo y sonriendo. El sol altivo reinaba solemne sobre un cielo sin infieles amenazantes, totalitario. Siempre fisgón alzaba orgulloso su corona celeste. Seguía corriendo, un cambio de hierba verde a tierra seca le hace trastabillar y en un acto reflejo adelanta el otro pie, y continúa con su carrera. Sus ojos se empezaron a inundar, lloraba, lloraba sin parar. Y sin parar se frotaba la cara con suavidad para no espantar a sus mimosos compañeros. Lloró sin parar hasta que paró en seco. Sus extremidades no podían seguir sobre el precipitado vacío que se extendía ante sus pies y se prolongaba sobre el reino de cristal. Esclareciéndose los ojos, se tornó sobre sí y miró la radiante pradera, cargada de verde hierbabuena y joven clorofila, recordó al gigante del abrupto valle, y a la resistencia de los hurones en el ataque de las enredaderas. Se acordó de su casa y de cómo con sólo mirar los estampados vegetales del papel de pared se encontró allí, en el estampado. Torció de nuevo su rostro, y dejando atrás otros tantos recuerdos, apretó firmemente sus puños y miró al cielo, alzó la mano. Se despidió de su majestad y acompañada de sus amigos impalpables, saltó. Un ligero grito salió de su garganta, y en su descenso, en lugar de un avance en aceleración fue lo contrario, su caída fue reduciendo la velocidad hasta frenar a dos dedos del agua. Acto seguido las puertas del reino de cristal se abrieron y un hipocampo majestuoso le recibió. Se encaballó en su montura y el agua la anegó. Así fue cómo sus papás le contaban cómo su hermanita mayor, Amelia, se fue a correr aventuras lejos de ellos.

Fhil

La chica de mis sueños

Tuve una novia con la que fui el más feliz.
Apareció sin avisar un día cualquiera, igual que cuando me tocó la lotería.
Y es que me hacía sentir lo mismo que el dinero. La sensación de tenerlo todo inundaba cada momento a su lado.
Amor y placer.
Erotismo sin límites.
Pasión…
Las noches se hacían eternas cuando estábamos juntos. Recuerdo el vibrar de los labios y el encuentro accidental de nuestros pechos en la más ardiente oscuridad…
Recuerdo su incansable generosidad sexual.

Eran tan perfectas las noches que no existía el día entre ella y yo.
Siempre se iba al amanecer, como en las películas, y aunque nunca la vi marchar, sé que permanecía conmigo hasta que sonaba el despertador. Al instante, durante el rápido abrir de mis ojos, desaparecía. Supongo que después de regalarme uno de esos besos de los que nunca fui consciente.


Nacho P.