jueves, 24 de abril de 2008

Huída

Los pulmones me ardían. El callejón reflejaba la luz azulada de la medianoche y las otras luces. El vaho brotaba de las alcantarillas, mi boca y de la pistola. Sólo las sirenas de policía pudieron eclipsar el bombeo frenético de mis latidos en los oídos. Poco después las ambulancias y un derrapazo me obligó a seguir corriendo hacia el puente.
Con la muerte en los talones alcancé al puente. Pasé por alto a la voz del agente, lancé la pistola al río y un chasquido ardiente me derrumbó. Mientras saboreaba el gusto metálico de mi sangre, medio inconsciente escuché por la radio del bastardo que me había atravesado el pulmón, esta vez ardiente de verdad; "Le he alcanzado", informó excitado el agente a quien le besaba su infinita sombra. "¿Cómo?" preguntó una voz aparatosa y prosiguió "No te preocupes, ya le tenemos. Vuelve a la escena del crimen".
(Silencio)


Fhil