A Berta le hubiera gustado cerrar los ojos y teletransportarse hasta su cuarto. La estancia en aquella ciudad de edificios enormes y taxis naranjas, la misma que presume de multiculturalidad y libertad, se había convertido para ella en algo así como una prisión.
Cada mañana, nada mas despertarse, pensaba en los días que faltaban para volver.
Nada se le había perdido en Toronto.
Nada, que pudiera retenerla.
Bares, estudiantes, conciertos… Después de todo, nada nuevo.
Lo “nuevo” estaba en aquel cuarto.
Y ella moría de ganas de no tener que imaginárselo.
Cada mañana, nada mas despertarse, pensaba en los días que faltaban para volver.
Nada se le había perdido en Toronto.
Nada, que pudiera retenerla.
Bares, estudiantes, conciertos… Después de todo, nada nuevo.
Lo “nuevo” estaba en aquel cuarto.
Y ella moría de ganas de no tener que imaginárselo.
Imeta