martes, 14 de agosto de 2007

El hombre arco iris

En la calma del océano, aunque en ocasiones ésta no exista, un estallido intermitente y continuo resuena en el vasto territorio marino. Una criatura, Aïr, atraviesa la primera capa cristalina de agua y plancton de la superficie hidrógeno dioxigenada. No perturba a la fauna ni rompe la calma, sólo se zambulle emerge y avanza. Constantemente. Bocanada de aire. Agua. Bocanada de aire. Agua. Constantemente. Cuando se sumerge los habitantes del mar, los menos temerosos, le ayudan en su acuático avance. Sus brazos dejan una blanquinosa estela espumosa que pronto se apresura en desaparecer, dejando un turbio rastro de agua agitada. En la superficie, sus brazos se alzan sobre el agua y luego avanzan. De sus extremidades nacen unas membranas acuosas, casi etéreas, de las que de ellas surgen arco iris en contacto con el astro rey. Avanza incesante por sobre y por debajo de los mares. Haciendo de los arco iris, oasis móviles, siempre inalcanzables y siempre en movimiento.


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