sábado, 22 de septiembre de 2007

Otto, María y el silencio

Con el cierre del bar, María le pidió a Otto que la llevara a casa. La cogió tímidamente de la mano y la llevó hacia el metro. Cien metros más adelante, María le corrigió y le aclaró que no se refería a la suya, sino a la de él.

Apenas se habían dicho nada en toda la noche, de ahí la sorpresa de Otto. La agarró de la mano, esta vez con más decisión, y la llevó consigo hasta el número veintidós de esa misma calle. A cada paso que daban, Otto se ponía un poco más nervioso, María, en cambio, se esforzaba en silencio por encontrar la frase perfecta. Otto la soltó para sacarse las llaves del bolsillo y le aguantó la puerta para que pasara. Entraron en el ascensor y sin mediar palabra, llegaron a la tercera planta.

Las llaves en la cerradura rompieron el silencio de la escalera, que para nada les incomodaba. La corriente cerró bruscamente la puerta y Otto, algo asustado, se fue presto a la cocina en busca de más alcohol. Ella le siguió sin que él se enterara y se sentó en la pila, casi rozando el fregadero. Se lo imaginaba dentro de ella y perdía la noción del tiempo o espacio; por mucho que lo intentara, era incapaz de coordinar las palabras.

Después de rebuscar en el frigorífico la cerveza más fría, Otto se dio la vuelta y la vio allá sentada, callada, como si estuviera esperando algo. Aquella sencillez la hacía tan atractiva…
- ¿Coronita o Heineken?

Seguía callada. Le volvió a preguntar pero solo inclinó la cabeza hacia abajo. Otto bajó la mirada siguiendo la de ella y sintió de repente una presión desmesurada en su pantalón.

María tenía la falda ligeramente subida y las braguitas bajadas, a la altura de los tobillos.


Imeta