viernes, 28 de septiembre de 2007

Fe. Miedo. Complicidad

Al desperezarse, todavía con los ojos cerrados, se dio cuenta de que no llevaba nada puesto. Se asustó.
Abrió los ojos. Clavó su mirada en el techo e imploró ayuda.
Volteó la cabeza hacia su izquierda (su derecha).
Ahí estaba.


(Para sus adentros empezó a llorar.)


Devolvió su mirada al techo. Continuó implorando.
Finalmente se giró.
Ahí estaban.
Ella y él. (Él y ella.)


Al unísono, se abrazaron.


Inma*

jueves, 27 de septiembre de 2007

El oriente de los occidentes

Estaban tumbados en el sofá viendo una película. En silencio, abrazados. Los rayos catódicos inundaban el pequeño salón. El sonido les envolvía. Y Javier y María se encontraban en medio de todo. De la pantalla las voces de los protagonistas brotaban con naturalidad. "En oriente la luz es lo único que separa a un hombre de una mujer", dijo la mujer protagonista. Javier miró a María, y apagó la televisión.


Fhil

sábado, 22 de septiembre de 2007

Otto, María y el silencio

Con el cierre del bar, María le pidió a Otto que la llevara a casa. La cogió tímidamente de la mano y la llevó hacia el metro. Cien metros más adelante, María le corrigió y le aclaró que no se refería a la suya, sino a la de él.

Apenas se habían dicho nada en toda la noche, de ahí la sorpresa de Otto. La agarró de la mano, esta vez con más decisión, y la llevó consigo hasta el número veintidós de esa misma calle. A cada paso que daban, Otto se ponía un poco más nervioso, María, en cambio, se esforzaba en silencio por encontrar la frase perfecta. Otto la soltó para sacarse las llaves del bolsillo y le aguantó la puerta para que pasara. Entraron en el ascensor y sin mediar palabra, llegaron a la tercera planta.

Las llaves en la cerradura rompieron el silencio de la escalera, que para nada les incomodaba. La corriente cerró bruscamente la puerta y Otto, algo asustado, se fue presto a la cocina en busca de más alcohol. Ella le siguió sin que él se enterara y se sentó en la pila, casi rozando el fregadero. Se lo imaginaba dentro de ella y perdía la noción del tiempo o espacio; por mucho que lo intentara, era incapaz de coordinar las palabras.

Después de rebuscar en el frigorífico la cerveza más fría, Otto se dio la vuelta y la vio allá sentada, callada, como si estuviera esperando algo. Aquella sencillez la hacía tan atractiva…
- ¿Coronita o Heineken?

Seguía callada. Le volvió a preguntar pero solo inclinó la cabeza hacia abajo. Otto bajó la mirada siguiendo la de ella y sintió de repente una presión desmesurada en su pantalón.

María tenía la falda ligeramente subida y las braguitas bajadas, a la altura de los tobillos.


Imeta

domingo, 16 de septiembre de 2007

Lascivia

Estaban todos mirándola. Sus brazos, que terminaban en sus frágiles muñecas, se encontraban maniatadas por una áspera cuerda tras el respaldo de una silla de madera. Su cuerpo, se encontraba expuesto a los otros ojos y sólo su lencería de encaje le cubría y separaba del mundo lascivo que la rodeaba. Sus muñecas empezaron a irritarse hasta sangrar por el forcejeo. A su vez, algunas depravadas risas salían de detrás de los focos mientras los flashes le cegaban sobre lo que se iba a aproximar.


Fhil

domingo, 9 de septiembre de 2007

Vencido

Quiso arrancarse los clavos de sus manos, remover las grapas que a su piel adhería al suelo. Rodeado de absurdos e imaginarios liliputienses. Quería alzarse incauto, mostrar su piel a ojos ajenos, exponerse, y dejarse abatir. La sangre, su llanto, emergía huidiza de su cuerpo. Como evitando los actos que quería cometer. Quiso liberarse de la prisión de su cuerpo y éste conspiró. Con finalidad desganada se pudo alzar, descubierto, herido. Caminó torpemente hasta que tropezó, cayendo a los pies de la mesita de noche y alzando el brazo para alcanzar la foto, que tan pronto como la obtuvo la abrazó. Hecho un ovillo, vio abrirse la puerta. Los pies desnudos de una mujer se asoman y se acercan hasta él acompañada con un cable. El lento avance de sus pasos se desvanecieron en su mirada mientras quedaba inconsciente.


Fhil

miércoles, 5 de septiembre de 2007

El tiempo no vuela

A Berta le hubiera gustado cerrar los ojos y teletransportarse hasta su cuarto. La estancia en aquella ciudad de edificios enormes y taxis naranjas, la misma que presume de multiculturalidad y libertad, se había convertido para ella en algo así como una prisión.
Cada mañana, nada mas despertarse, pensaba en los días que faltaban para volver.
Nada se le había perdido en Toronto.
Nada, que pudiera retenerla.
Bares, estudiantes, conciertos… Después de todo, nada nuevo.
Lo “nuevo” estaba en aquel cuarto.
Y ella moría de ganas de no tener que imaginárselo.


Imeta