domingo, 30 de diciembre de 2007

El propósito de Lola

Cerró la puerta, encendió la minicadena, y se quitó el albornoz dejándolo caer sobre la cama. Puso la pista 9 y moviendo su cuerpo ligeramente de derecha a izquierda, empezó a buscar por entre su ropa íntima. Se vistió frente al espejo, se puso las medias, sacó con cuidado el vestido de la percha y se terminó de arreglar en el baño. Se había hecho un recogido en el pelo. El corte del vestido la hacía muy atractiva. Olía a amapolas.

Se puso los tacones y caminó por el pasillo hasta la cocina.
— Estás guapísima, cariño. ¡Madre mía!
— Gracias.

Mario no reaccionaba, permanecía embobado mirándola, como encantado por su presencia.

— Voy a ir a por más cava. Con el que han traído ellos no tenemos bastante.
— mmm, vale pero Celia ha traído dos botellas...
— Me apetece seco; ahora vuelvo.
— Pero no tardes, son ya las doce menos veinte. En nada empiezan las campanadas.

Mario se acercó a ella y agarrándola por la cintura la besó deseándola más que nunca.
Lola se despidió con un “hasta ahora” de sus amigos, volvió a besar a Mario, cogió el bolso y cerró la puerta con decisión.

— ¿Javi, dónde estás?
— Sigo en el Luxus.
— Bien.
— ¿Estás segura?
— Sí.

Lola se subió al primer taxi que vio.
— ¿Dónde la llevo?
— Al Luxus, por favor.


Imeta

sábado, 29 de diciembre de 2007

Sr. Benavente

El bar estaba lleno de la gente de siempre, Doña Vicenta con su maquillaje exagerado sentada en la mesa en donde años atrás, cuando era joven, flirteaba con Machado. Don Raimundo con su pipa humeante y su periódico siempre tres días caduco porque argüía que así las noticias le preocupaban menos pues ya era tarde para preocuparse y que él ya no tenía edad para esos menesteres. Las gemelas Casares, de Oviedo, envueltas en su mantilla siempre inseparables, con una copa de coñac templado. El matrimonio Urquijo estancados en el tiempo, con su vestuario de época que conservaban como el primer día, mientras discutían constantemente por las cosas del barrio. Todos estaban ahí, todos excepto el señor Benavente, que llevaba varios días sin aparecer por el local. Todos se habían echo al nuevo joven camarero que Don Manolo, tras su jubilación, había dejado al cargo de todo. El tintineo de la puerta dejó entrar el escandaloso trajinar de la gente en la calle y el frío invernal que servía de presentación para el sr. Benavente que aparecía envuelto en su bufanda gris y en su abrigo negro de fieltro. Todos se volvieron a él y algunos vociferaron “¡Hombre, Benavente!”, pero él los ignoró. Se acercó al muchacho y le pidió dos bocadillos de jamón serrano para llevar. El joven le pregunto “¿Cómo van las fiestas?” y a lo que la crepitosa voz de Benavente contestó “Mal. Lo malo de tener la edad que tenemos es que ya hemos vivido muchas cosas y ya sólo nos quedan recuerdos, y todos son buenos…”. Le sonrió y marchó con sus bocadillos por la puerta sin despedirse de nadie, dando la espalda a todos.


Fhil

miércoles, 26 de diciembre de 2007

2º Maratón de Microcuentos

A partir de hoy, 26 de diciembre, y hasta la noche de reyes del 5 de enero, damos inicio a un nuevo micromaratón: El Maratón de la Navidad. Se trata de una participación abierta a todo el mundo con el objetivo de trasladar también con los textos el espíritu navideño de estos días.

Las normas son sencillas: los cuentos deben tener una extensión corta (máximo 25-30 líneas) y en ellos debe aparecer la palabra “Navidad” o bien, ha de hacerse referencia a ésta o a cualquier otro tema que esté relacionado con la misma.

Esperamos vuestra participación y os deseamos una Feliz Navidad.

lunes, 24 de diciembre de 2007

Feliz Navidad

Se desperezó con cuidado para no despertarla. Fuera estaba nevando. Se incorporó, abrió la ventana ligeramente y sacó sus manos. Nevaba muchísimo. Pronto la nieve llenó de blanco el bello de su pecho. Y su cabeza. “Feliz Navidad” se decía a sí mismo mientras sonreía por dentro.

“Hou, hou hou, muñeco de nieve”― le dijo ella riéndose. Otto la miró resignado. “Eres una burlona, niña, incluso recién despertada” ― le contestó. María le calló con el más dulce de los besos y sacó sus manitas con las de él. Y hasta que no dejó de nevar no se despegaron de la ventana.


Imeta