miércoles, 6 de junio de 2007

Cincuenta escalones

Hacía días que el sol no brillaba con tanta intensidad, lo que le hacía sentirse todavía más apagada, rodeada de todas aquellas paredes. Una vez hubo desayunado, se vistió y recogió la mesa. Disponía aun de 15 minutos hasta que llegara su compañero de trabajo y ahora ex novio: Fran. Así que cogió el balde con la ropa, el saco de las pinzas y cerró de golpe.
− -49, -48, -47, -46, -45, -44… − Decía mientras dejaba caer una pinza en cada escalón.
Cuando llegó a la terraza puso las cosas sobre una de las barandillas. Aun le quedaban 3 minutos.
A las 8:57 Fran pedía a un vecino de la escalera que por favor le abriera la puerta. Al llegar al rellano de Sara dedujo por las pinzas dónde estaba.
− Te ruego que me perdones, necesito que vuelvas conmigo. − Se repetía impaciente.
En el escalón 50, tomó aire y se aseguró a sí mismo que todo iría bien. Pero Sara no estaba. En ese mismo instante escuchó la sirena de una ambulancia y gritos estridentes que venían de abajo.


Inma

Insomnia

Tres noches sin pegar ojo. El goteo del grifo estropeado. El tic tac del reloj, constante. Hasta las ondas hertzianas... Lo llegué a percibir todo, y a la vez no fui capaz de conciliarme conmigo mismo. Cuando parecía que empezaba una tregua con mi cuerpo. Cuando todo parecía que se fundía con suavidad, delicadamente, y el velo de las danzas del sueño me hipnotizaban…, justo, justo en el momento justo de abrazar a Morfeo, un golpe seco en la cabeza me secuestraba de mi anhelado descanso. Era la decimosexta vez que me sucedía. Siempre después de cada golpe se oían unos suaves pasos apresurados huyendo por el pasillo y una casi imperceptible sonrisilla traviesa disgregada en el aire. No sé si fue la cantidad de miedo acumulado o bien la ira por el sueño codiciado, el caso es que me levanté y me introduje a tientas por el pasillo. Los sentidos se agudizaron, sentía mis latidos bombeando la sangre apresuradamente por todo el cuerpo, preparándome para cualquier cosa que fuere aquello que me perturbaba, el suelo bajo mis pies desnudos sentían el frío que el resto del cuerpo ignoraba. Avancé por el pasillo hasta que llegué a divisar una figura de mediana estatura. En ese momento me detuve, a la saliva le costaba bajar por mi garganta, y un espasmo del espanto me inmovilizó… Quise correr, darme media vuelta y correr, atravesar el pasillo cerrar las puertas y defenderme como un animal herido atrincherado en un nicho. Pero no pude. Inmóvil, me vi obligado a escudriñar en lo oscuro hasta descubrir a una niña. ¿Una niña en mi casa? Empecé a balbucear, intentando de forma alguna preguntarle algo. Tarde fue cuando la niña de pelo negro azabache y un vestidito azul ya se encontró frente mí, y con una risa burlona me empujó con rabiosa fuerza. Me tambaleé y con el empujón se fue mi inmovilidad. Por unos instantes miré a la niña que empezó a contraer su abdomen mientras cogía aire, y acto seguido expulsó como poseída un grito lejano a nuestro mundo, su cara se desencajó y la mandíbula parecía totalmente desunida…, los ojos se cernían oscuros y negros por las sombras. Fue el propio corazón que empujó de mi hacia la habitación atravesando las puertas y cerrándose por sí solas a mi paso. Cuando me hube encontrado arrinconado en una esquina, me agazapé sin perder de vista las puertas. Las horas pasaron y el sueño cubrió su manto sobre mí. Fue cuando me conciliaba con los sueños que las puertas vibraron frenéticas y una risa socarrona se burlaba de mi. El sueño se fue y me arrinconé aún más. Maldecí más que nunca el invierno en Napapiiri y su eterna noche sombría.

Fhil