lunes, 11 de junio de 2007

El niño y la rana

Comía las bolas de arroz sentado sobre una seta verde que le dejaba los pies colgando. El cielo lucía como siempre, un rosa radiante. El agua cristalina combinaba y se esmeraba por asemejarse con su entorno. Las plantas relucían un increíble amarillo clorofila. Todo estaba en orden y armonía. Le daba mordiscos inmensos a las bolas mientras observaba anonadado el paisaje. Las rapaces volaban raso sobre el agua buscando alguna descuidada víctima. Algunos roedores merodeaban por donde el atónito niño se sentaba. Se veían las mariposas alborotadas ir de un lado a otro. Entre tanta natura, el niño rompió su aletargamiento y giró la cabeza tratando de grabar una panorámica. Al terminar de hacerla y volver a fijar la mirada en el horizonte se encontró con una rana enorme, cuyos ojos eran tan grandes como sus manos. Se miraron perplejos. Ninguno se movió. La rana olfateó brevemente y de un lengüetazo inesperado le lamió toda la cara. Al poco rato, y el niño chorreando de las babas del anfibio, se miraron. La rana le vuelve a olfatear, y el lengüetazo esta vez va para la bola de arroz que acababa de empezar. Con la boca abierta, sin palabras, se le queda mirando. La rana igual de tranquila, lo imita. Se cansa, de un salto se da media vuelta y de un brinco se zambulle en el agua.Goteando babas por todas partes, el niño abre la bolsa, mete la mano y saca otra bola de arroz que enseguida se empieza a comer, mientras abstraído se queda mirando el espectáculo.


Fhil

¿El trench de la suerte?

Andrés, 29 años, licenciado en publicidad y relaciones públicas, soltero y siempre a la última. Un martes 5 de octubre de 2006 le comunican que no le van a renovar el contrato. Dos semanas después, aburrido de estar en casa, decide invertir el finiquito en un trench de segunda mano: 35 euros, de Burberry, color beige, de algodón, con trabillas sobre los hombros y diez botones grabados. De no ser porque desconocía el significado de la palabra amor, hubiera dicho que aquello había sido amor a primera vista. Esa misma tarde, recibía una llamada del sr. Gutiérrez ofreciéndole 2100 euros por trabajar en su empresa ocho horas diarias.

Octubre, noviembre y diciembre pasaron volando. Andrés y su chaqueta se habían convertido en lo mejorcito de la empresa, ascendiendo de puesto en dos ocasiones. Cuando sus amigos le preguntaban el por qué de tanto éxito, el joven lo tenía claro: el trench. Enero fue bastante frío hasta que conoció a María, la hija del jefe. Estaban locos el uno por el otro pero a la joven no le gustaba que Andrés llevara todos los días la misma chaqueta. Una noche en el Fantástico, Andrés tenía tantas ansias de saborear la dulzura de María que no quiso esperar, como de costumbre, a la última canción y olvidó con las prisas su trench en una esquina del local. Cuando volvió al club tres horas más tarde ya no estaba.

Febrero volvió a ser frío y gris. Andrés había echado de casa a María tras lo ocurrido la última noche y en la oficina las cosas iban de mal en peor. Pero una noche la joven llamó a su puerta. Llevaba en la mano el trench de Andrés. Sabía cuánto significaba para él y se había pasado cada una de sus tardes libres en tiendas de segunda mano hasta encontrarla. Esa noche, después de arrodillarse y suplicar a María una segunda oportunidad, la cama ardió hasta que salió el sol. Así cada noche.

Los meses se esfumaban como antes, llenos de éxitos y satisfacción pero una tarde, María pidió a Andrés que se pusiera otra chaqueta para ir a cenar con sus padres. Ante la negativa del joven, María, encolerizada por tanto disparate, le dio a elegir: el trench o ella. Andrés eligió lo primero.

La vida parecía sonreírle de nuevo. En el trabajo le iba como siempre; había perdido a María pero con dinero pronto podría sustituirla. En Mayo el sr. Gutiérrez le ordenó subir a su despacho. Le esperaba con una pila de revistas de moda.
–¿Ve estos anuncios, Andrés? Esta primavera se llevan las americanas y no ese trench anticuado que me lleva en todas las conferencias. O renueva su armario de una vez por todas o tendré que despedirle.

Pero Andrés se negaba a separarse de algo tan importante para él. ¿Qué iba a hacer sin su trench? Un mes después estaba en la calle. Se pasaba los días encerrado en casa observando aquella chaqueta. Tenía aquel maldito trench pero no a María. Entonces comprendió lo que significaba estar enamorado.


Inma