lunes, 11 de junio de 2007

El niño y la rana

Comía las bolas de arroz sentado sobre una seta verde que le dejaba los pies colgando. El cielo lucía como siempre, un rosa radiante. El agua cristalina combinaba y se esmeraba por asemejarse con su entorno. Las plantas relucían un increíble amarillo clorofila. Todo estaba en orden y armonía. Le daba mordiscos inmensos a las bolas mientras observaba anonadado el paisaje. Las rapaces volaban raso sobre el agua buscando alguna descuidada víctima. Algunos roedores merodeaban por donde el atónito niño se sentaba. Se veían las mariposas alborotadas ir de un lado a otro. Entre tanta natura, el niño rompió su aletargamiento y giró la cabeza tratando de grabar una panorámica. Al terminar de hacerla y volver a fijar la mirada en el horizonte se encontró con una rana enorme, cuyos ojos eran tan grandes como sus manos. Se miraron perplejos. Ninguno se movió. La rana olfateó brevemente y de un lengüetazo inesperado le lamió toda la cara. Al poco rato, y el niño chorreando de las babas del anfibio, se miraron. La rana le vuelve a olfatear, y el lengüetazo esta vez va para la bola de arroz que acababa de empezar. Con la boca abierta, sin palabras, se le queda mirando. La rana igual de tranquila, lo imita. Se cansa, de un salto se da media vuelta y de un brinco se zambulle en el agua.Goteando babas por todas partes, el niño abre la bolsa, mete la mano y saca otra bola de arroz que enseguida se empieza a comer, mientras abstraído se queda mirando el espectáculo.


Fhil

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