jueves, 5 de julio de 2007

Muchedumbre

Mordió un codo, no le quedó otra opción. Alguien por detrás le empujaba mientras le clavaba un puño por entre los omoplatos. Otro le pisaba, a la vez que otro le intercedía el pie por debajo de las piernas interrumpiendo su movilidad. El brazo del tipo de su derecha se depositaba sobre su vientre y lo echaba hacia atrás. El sujeto de delante hacía contra fuerza con los del otro bando usando como resistencia su hombro derecho zarandeándolo con violencia cada vez que el tipo pretendía remitir el empuje de la masa humana acelerada. Los abucheos, reproches y algún que otro insulto se incrementaban por segundos, cuanto más pasaba el tiempo, menos quedaba para el momento. Todo era ya tensión cuando el tambor rugió sobre nuestras cabezas. De repente la masa humana se abría como se abrió el mar muerto, y en su paso un jinete montado en un caballo descomunal trotaba acelerado por entre la brecha, dejando atrás su estela negra y decenas de cabezas curiosas. Alzó la lanza y cargó impasible hacia nosotros. La masa se abrió poco y el jinete falló, la argolla salió disparada a los pies de los salvajes. Todos se tiraron a buscarla. Muchos se empujaban otros discutían y tantos intentaban respirar. El sudor a caballo y el sudor a hombre, le volvieron algo más salvaje que el resto, y finalmente dio con la argolla. La alzó con su brazo. Lo cogieron en brazos y por fin sus músculos descansaron, lo justo para poder colocarla de nuevo en su sitio. Se volvieron a colocar y esta vez se encontraba totalmente contraído y limitado, dos le cogían por detrás y otro le regaló un codazo en la mandíbula que le enfureció bastante, extrajo sus brazos por delante de los antebrazos que lo empujaban hacia atrás cargando toda la fuerza con la espalda y contrapesando su cuerpo con su pierna izquierda, y mientras sus brazos se escurrían entre los de los otros por el sudor, el tambor quebró su inquietud por resistir. La gente se volvió a abrir ante el paso del caballo y esta vez con la lanza totalmente erguida atravesó el paso de los salvajes arramplando consigo la argolla. La masa alterada comienza a saltar mientras la orquesta lo celebra con el tradicional himno. Los empujes se acentúan y salta para poder respirar, para no ser empujado. Sus músculos acelerados riegan todas sus venas y arterias de sangre, no hay un recodo sin ser recorrido. La sed se acentúa dándole a todo un toque somnoliento. Extenuado se deja llevar por los empujones y celebra que se hayan terminado los juegos. Todos se felicitan y se despiden. Se prepara otro juego.


Fhil