miércoles, 13 de junio de 2007

El cuento de Claudia

En un lugar muy lejano, por donde las estrellas juegan al escondite, más allá del asteroide B 612. Existía un nenúfar flotante. Su tripulación eran unos renacuajos aventurados, exiliados de su planeta como otras tantas criaturas. Cogieron sus naves y partieron a la búsqueda de un nuevo hogar, lejos de la desgracia de su mundo. Los renacuajos que siendo tan pequeños y ligeros eran los más avanzados en su partida, buscaban incesantes aventuras y emociones. Visitaron Rugido-3 donde domaron a los hombres-león nativos. Surcaron por las corrientes de aire del planeta Bocanada. Lucharon contra las hormigas pez en Charca, cerca de la Vía Láctea. Y así vinieron, las amebas voladoras, los mosquitos culturistas, los bebés araña, así hasta un centenar de planetas y criaturas con las que vivieron innumerables aventuras y anécdotas. Hasta que crecieron tanto que estuvieron a punto de convertirse en ranas. Entonces su nave dejó de ser la más veloz, y ya apenas había espacio para ellos en el nenúfar. Decidido, el “renacuajo” capitán de la nave y por decisión democrática pusieron rumbo a un planeta donde poder ser ranas y ver crecer a sus renacuajos. Pero pasaron las semanas y no encontraban su lugar, los más mayores ya eran ranas y en el nenúfar apenas cabía un anca. La nave empezó a perder el empuje que ya de por sí era poco. La situación se volvió alarmante. Fue justo cuando el último “renacuajo” se convirtió en rana, que las ranas más adultas ya estaban poniendo sus huevos. Afortunadamente, el capitán que llevaba días buscando en el oscuro del universo un planeta para sus amigos se encontró con una galaxia en forma de caña de estanque. Feliz transmitió la noticia a la tripulación. Hablaron como adultos durante horas y comprendieron que no llegarían nunca allá a ese ritmo, ni sus crías tampoco. Finalmente y tras el último huevo de la rana más joven, decidieron que como ellos ya habían vivido muchas experiencias y habían disfrutado mucho de sus vidas, no era justo que sus crías compartieran su mismo destino. Introdujeron todos los huevos dentro del pétalo de emergencia, programaron su destino, y todos tristes pero contentos se despidieron deseándoles las mismas aventuras que ellos habían corrido. El pétalo arrancó veloz y en un minuto se convirtió en un punto más del universo. Atravesó la atmósfera e impactó en el agua haciendo saltar a los renacuajos de sus huevos, mientras gritaban contentos y se salpicaban unos a otros con su colita. Las ranas, felices por haber tenido una vida plena, posaron sus cuatro ancas y entraron en el sueño mientras nadaban por el espacio denso.


Fhil

Llamada perdida

Llamaba. Y comunicaba. Volvía a llamar. Y seguía comunicando. La gente tiene su vida, no todo gira alrededor de uno mismo.
Pero aún así volvía a llamar. Esta vez ya no daba señal. La cabeza empezó a funcionar. Se ha enfadado. Se ha molestado. No quiere hablar. En principio, preocupación. Luego arrepentimiento. Entonces vuelven las ganas de volver a llamar. El hombre es el único animal que tropieza cuatro veces con la misma piedra. La señal no aparecía. Se acabó el día y seguía sin dar señal.
Los ojos despiertan y buscan respuestas. Las encuentran en forma de llamadas perdidas. Muchas llamadas. El silencio del móvil no es un buen amigo. En seguida, el móvil da señal. La voz era frágil, muy frágil. La señal… Estaba en un coche y noto la señal. Intento captar la señal. Luego la señal se la llevó. Para no devolverla. La gente tiene su vida, y sin quererlo se la arrebatan, a base de llamadas, señales y desconciertos.


C!