jueves, 10 de septiembre de 2009

¿A donde vamos?

"Es imposible saberlo. Se trata del maquinista 21.239, que está loco."
(Boris Vian, El Otoño en Pekín. Ed. Bruguera, 1981)


Eran 5 o 6, todas envueltas en hojas de plátano, como tamales. Llevaban 40 minutos lanzándose chiles toreados a los ojos, una tradicional forma de injuria.

El Torito, rey del camino, ciudadano del mundo, me bendijo y embutió en mi mochila su colección de popotes y palillos reciclados. Lo disculpo y me conmueve, se desprende de su tesoro. Prefiere acumular restos de placer ajeno en descomposición que dar sitio a la TV-guía (un resumen histórico de la sociedad y sus vicios).

Me preocupan más las perrillas, bultos pululantes de males vistos y no vistos. Las brujas modernas tienen más experiencia en diplomacia que cualquier intelectual retirado en las Islas del Dios Pepino, ellas siempre tienen a mano un arsenal de orzuelos y mal de ojo, al modo de hoy.


Catalina

lunes, 12 de enero de 2009

Arturo, la rosca y la corona

Arturo soñaba con ser rey. Con tan sólo seis años y ya apuntaba alto. Lamentablemente, de un padre lampista y de una madre cajera de un Caprabo®, poca sangre real corría por sus venas. Sin embargo, él soñaba. Y una vez al año dejaba de soñar en su inocencia. Pues durante tres años seguidos se había convertido en el rey de la casa por un día. Hoy no esperaba menos, y se sentó en la mesa con su capa para la coronación. Seguro de sí mismo, y de su destino, dejó que la familia comenzara antes que él. Al poco rato se echó la rosca a la boca, y con los morros manchados de azúcar oyó cómo Ana, su tercera hermana mayor de nueve años, gritaba enloquecida:
—¡Soy la reina! ¡Soy la reina!
Arturo puso cara de asco, y todos se le quedaron mirando cómo escupía con repulsión la pasa sobre el plato, dejando un rastro de babas tras de sí.



Fhil

sábado, 10 de enero de 2009

Metamorfosis

Llevo días barajando seriamente la posibilidad de marcharme. Desaparecer sin importarme cómo sobrevivirían sin mí. Se les vendría el mundo abajo. Uno, perdería el regazo del sosiego y del bienestar; el otro, caería enfermo por el estrés. Acabaría arrepintiéndome, seguro, huir en un avión no haría sino estropearlo todo. Sin embargo, deseo con todas mis fuerzas perderlos de vista, escucharlos solo en mis pensamientos y mandarlos callar cuando me aborrezcan, el uno con sus niñerías propias de su edad, el otro, preocupado siempre por lo qué comer y dejar de comer. A ella, su nueva mujer, también la aborrezco y pagaría por verla menos aun, por evitar formalismos y no sonreírle cuando no me apetezca. Sé que cometería un grave error si lo hiciera. A ellos dos, que son los únicos que me importan, les arruinaría probablemente la vida; pero ¿acaso no me la están arruinando ellos a mí?

Releo estas líneas y tiemblo. Querría pensar que no es mi mano la que escribe ni mi cabeza la que dicta. Pero no: soy yo la que habla, YO. Me he convertido en algo que nunca había sido: una egoísta.



inma