Contaba sus lunares mientras dormía. Medio desnuda en la cama observaba como sus pechos eran suavemente tapados por las sábanas de algodón. Dejaba su espalda al aire, y en su cuello un mar de alineados lunares se encaminaban a recorrer su blanca piel. Sus poros, ahora ya relajados, estaban iluminados por la luz que se colaba por las persianas. Yo me tuve que levantar a observarla, no podía permitir el perderme algo tan maravilloso. Me senté en la butaca y centré mis ojos en su cuerpo. Su rostro sereno, dulce, despreocupado. Sus labios aún estaban rojizos del frenesí de la noche anterior. Su cuerpo, arropado por las sábanas, mostraba su figura con arrugas como el de una mariposa a punto de manar de su crisálida. Sentí un escalofrío, mi piel desnuda y mi vello se erizaron. Me froté los brazos y cuando la volví a mirar, era yo el observado. Me miró con cara de felicidad, sonriéndome. Se levantó mostrándome todo su sexo, a la vez que se cubría la espalda con la sábana, y se dirigió hacia mi. Acercó su cara a la mía para besarme, el beso de los buenos días era algo nuevo para mí y me gustó. Sin mediar palabra se sentó sobre mí, me miró y me tapó encajándose a mi cuerpo como si fuéramos un puzzle perfecto. Noté su calor, su esencia escurriéndose sobre mi muslo izquierdo. La aparté, la miré y esta vez fui yo quien besó primero. Quería que recordara lo que significaba para mi. Ella introdujo la mano intercediendo entre los dos cuerpos e hicimos el amor. Lentos, sin prisas, no queríamos que se acabara nunca. Acabamos cuando agotamos todas nuestras reservas de caricias. Se durmió sobre mí. Abrazados. Supe que me iba ir con ella. Y yo también me dormí.
Fhil
sábado, 9 de junio de 2007
Ocaso
Publicado por Fhil Navarro en 23:32
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