martes, 8 de enero de 2008

Sombras

Abrió la ultima puerta, la más pesada, de piedra, robusta, olvidada. La abrió y se adentró en la penumbra. Levantó el candil iluminando toda la habitación. Las paredes dejaban ver dibujos gastados, puestos en un orden que por ahora no tenia lógica ninguna, pero que seguro que aparecería. Todo estaba lleno de polvo, de arena, de pequeños animales que huían asustados.
En la habitación solo había dos cosas: un gran jarrón orondo en una esquina cercana a la puerta y un gran ataúd en medio de la sala. Dio unos pequeños pasos, acercándose al centro, donde reposaba algún alma desconocida. El resto del equipo permaneció en la puerta, asombrados y asfixiados por el esfuerzo de haber llegado hasta ahí. Pero él estaba lúcido y expectante, la cumbre de su carrera reposaba a sus pies, el momento de convertirse en un héroe estaba justo al acecho. –Una palanca. ¡Rápido!– Sin pensárselo dos veces, hizo fuerza para abrir la tapa. Después de varios empujones el ataúd cedió mostrando al mundo sus maravillas.
A partir de ese momento, lo sucedido sería parte de la historia de la humanidad. Un gran descubrimiento de nuestro tiempo. Pero, ¿y el descubridor? Se le conocería por esa meritoria hazaña pero no por nada más. Ya que él no es nada más, nada se supo de él, su vida fue un verdadero desierto de sombras. Tantas como se descubrieron el día que se coronó en la cima del mundo. Una sombra descubre a otra sombra. Y éstas alargan su leyenda a lo largo de más sombras. “Las sombras se mueven pero la oscuridad no se desvanece.”


C!

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