sábado, 16 de junio de 2007

Soledades

Había estado bebiendo, no por huir él no era de esos, se dejó liar y acabó aguantando la barra de un bar. Bebió por inercia, “porque algo había que hacer”. Cerró con llave la puerta de su casa y se miró en el espejo del recibidor, los ojos cansados las ojeras igual de marcadas que siempre, se pasó la mano sobre la barba de hace cinco días y chistó con la lengua. Se pasó varias veces la mano y el raspado era audible. Bufó y se dirigió a su habitación algo enfermizo. No encendió la luz, no quería ver nada cuanto su mente le pudiera revelar. Encendió el ordenador y le apareció la sesión de ella, que ya no estaba, y entró en la suya. Miró en su buzón electrónico repetidas veces, pero no hubo señales de ella. Desconsolado y bastante ebrio, sin caer en el tópico descontrol, le escribió un correo: “V*****, t* h**** d* m****. T* q*****”. Enviar. Suspiró. Se fue desvistiendo con pesadez, sin ánimo de despedirse de su insomnio. Se desabrochó la camisa torpemente, era el sueño y no el alcohol quien lo aturdía, después mandó despedidas las zapatillas contra la esquina. Los calcetines fueron detrás. Finalmente los pantalones y sus calzoncillos, que se los miró con asco, los repudió. Se acercó al ordenador, seguía sin respuesta. Lo apagó. Un pequeño y tímido haz de luz iluminaba la estancia colándose por entre las persianas. Se tocó por donde la luz le alcanzaba. El calor empezó a acentuarse cuando cerró la puerta de la habitación. Resignado y triste se durmió desnudo sobre la cama, descubierto al mundo. Pasó la noche sollozado inadvertidamente. Ella le dio los buenos días abrazado a él, tocando su nariz con su mejilla, y su cuerpo también descubierto.


Fhil

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